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20 de enero de 2016

Café para dos

Imagino nuestro primer encuentro, y no puedo evitar ese maldito vértigo y retorcijón en el estómago:

"Bueno, verás (ejem...), será mejor que hables tu primero (¡por Dios, qué risa más tonta!). Yo por más que lo intento, no lo consigo. No entiendo porqué, precisamente ahora, me enmudece este inesperado nudo en la garganta. Mejor dicho, sí. Es muy posible que las palabras de mi escueto diccionario, se han sentido tan pequeñas a tu lado, que se hayan escondido temerosas, ante un más que probable e inminente rechazo.

No sé si me ha embriagado tu aroma, o hipnotizado tu voz. Si no hubiese llegado con tanta antelación, ni ensayado este acto con tanta obsesión e insistencia durante estos días al espejo, como si se tratase de la obra más importante de mi vida, quizá ahora no me sentiría tan ridículo ante la resplandeciente belleza de tus encantos.

No, no es ninguna tontería. Al menos para mí. Disculpa que aún no me atreva, ni sepa, mirarte fijamente a los ojos. ¡Lo ves! Soy un perfecto desastre. Me aterroriza coger esa taza de café, que desde hace tiempo, se ha debido de quedar fría. Que los nervios me delaten, y que te rías del hermoso paraíso que guardo escondido por y para ti.

Lo siento. En realidad no sé si tenía que haber venido. Ni siquiera si este es el momento oportuno. Pero quiero que sepas que desde que me invitaste a esta cita, lo cierto es que no he conseguido conciliar el sueño. Entiendo que necesites hablar. Que quieras ir más despacio (no sé si para llegar más lejos). Yo sin embargo solo necesitaba cogerte de la mano, y sentirte entre mis brazos. Tal vez porque mi corazón esté más seguro de sus sentimientos...".

José Luis Meléndez. Madrid, 19 de Enero del 2016.
Fuente de la imagen: Flickr.com

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